Por Pepe de Rocaforte
En fin, cambio de terzo para
pasar ó que quería referir.
Alá a fins dos anos cincuenta
e principios dos sesenta do século pasado tamén a min me fascinou a
poesía de Tagore, lida nunhas traducións fermosísimas de Zenobia
Camprubí, en versión libre, non do bengalí, senón do inglés. E
en “El Jardinero” (Losada, Buenos Aires 1958) vexo unha nota do
propio Tagore na edición inglesa, seica feita por el: “estas
versións non son literais; uns poemas están abreviados e outros son
só paráfrases”.
É dicir: ¿se a versión
inglesa, aínda que feita polo propio Tagore, é así, e a versión
de Zenobia ó castelán é tamén un tanto libre, que parecidos e que
diferenzas haberá entre o que eu lin e o orixinal bengalí?
E aquí damos co campo das
traducións. Pouco máis ou menos por aquela época lin “Sascha
Yegulev”, de Leónidas Andreiev. Foi nunha edición abreviada, na
“Enciclopedia Pulga”, unha colección de textos baratos, en
formato de 7,5 x 10,5 (acáboo de medir) coa que os rapaces
tratabamos de iniciar a nosa pequena biblioteca.
A novela de Andreiev
impresionoume. Sobre todo tiña unha primeira páxina que non se me
esquecería nunca. Logo, andado o tempo, ó saber que aqueles textos
da “Enciclopedia Pulga” non eran completos, busquei unha
tradución íntegra e comprei as Obras Completas do autor ruso, en
Aguilar.
Nada máis empezar a ler de
novo “Sascha Yegulev” sentín unha tremenda decepción: Aquela
novela non podía ser a mesma. O texto non lle chegaba nin á altura
dos xeonllos ó que lera de rapaz. ¡que diferenza entre unha
tradución e outra! E aquí chega o gran problema dos que dependemos
dos tradutores para ler obras escritas noutros idiomas.
Hoxe volvín mirar unha versión
e outra, a da “Enciclopedia Pulga”, de I. Sánchez Iglesias (?),
e a de Aguilar, de Rafael Cansinos Assens, e as diferenzas non me
pareceron tan abismais como mo pareceran antes. Así e todo algo hai,
un non-sei-que, que segue facéndome preferir a versión dese
descoñecido “I. Sánchez Iglesias” mellor ca de Cansinos.
Para que vostedes poidan opinar
reproduzo os dous principios e aproveito de paso para facer outro
tanto co inicio do “Ulises” joyceano, en versións de José Salas
Subirats, a primeira, e José María Valverde, a segunda.
Cando se publicou a tradución
de Valverde houbo unha case campaña para desprestixiar a primeira
tradución ó castelán, a de Salas Subirats, mentres que agora os
ventos parecen soprar en sentido contrario. Certo que aquí para
facer comparanzas, unha páxina non chega a nada, só é un cativo
botón de mostra. Agora esperarei a ler a primeira tradución
(íntegra) ó galego, feita hai un par de anos por Xabier Queipo,
María Alonso, Eva Almazán e Antón Vialle. E tamén esperarei a
posible nova tradución ó castelán feita por Eduardo Lago, a ver
que saco de todo esto.
.-.-.
SASCHA YEGULEV, versión de I. Sánchez Iglesias:
El amor, como las lágrimas, aspira a ser
recíproco. Cuando sufre el alma de un gran pueblo, toda la vida está
perturbada, los espíritus vivos se agitan, y los que tienen un noble
corazón inmaculado van al sacrificio.
De estos fue Sascha Pogodin, joven, hermoso y
puro. La vida le había designado como víctima en el altar de sus
pasiones y de sus dolores, y él abrió su corazón a los
llamamientos misteriosos, incomprensibles para los demás; llenó
hasta los bordes la copa de oro con la sangre de su sacrificio.
Triste y tierno, amado por todos a causa de su
belleza y de la pureza de sus pensamientos, unos labios sedientos
bebieron su sangre, y pereció muy joven, de una muerte solitaria y
terrible. Fue enterrado junto a los criminales y asesinos, cuya
muerte había compartido por propia voluntad; murió maldito de los
hombres, y nadie puso una cruz sobre su tumba desconocida.
¿Quién iba a cerrar los ojos de un asesino?
Quedarán abiertos, mirando dóciles a las tinieblas, hasta el gran
día del juicio supremo. ¿Quién hubiera osado cerrar los ojos de
Sascha Yegulev?
Pero su madre vive y le llama:
-¡Sascha, dulce hijo mío!
SASCHA YEGULEV, traducción de Rafael Cansinos
Assens:
Anhela el amor correspondencia, las lágrimas
buscan lágrimas que les respondan. Y cuando el alma de un gran
pueblo sufre, resiéntese toda su vida, tiembla toda alma viva, y los
puros de corazón van al sacrificio.
Tal sucedíale a Sascha Pogodin, joven bello y
puro. Para la satisfacción de la pasión y sus dolores, la vida
abrióle el corazón a esas voces agoreras que otros no oyen, y su
sangre victimaria colmó hasta los bordes el áureo cáliz. Triste y
tierno, amado de todos por la belleza de su rostro y la severidad de
sus ideas, apuró aquel hasta el fondo del alma con sus ávidos
labios y murió prematuramente, y fue su muerte solitaria y terrible.
Y lo enterraron junto con malhechores y asesinos, cuya suerte
voluntariamente compartiera; y no dejó fama de bueno, ni se alza
ninguna cruz sobre su ignorado sepulcro.
¿Quién cierra los ojos de un asesino? ¿Hasta
el día del Juicio seguirán abiertos y mirarán fijos en la
oscuridad? ¿Quién osaría cerrar los ojos de Sascha Yegulev?
Pero su madre vive, y su madre lo llama: “Mi
Sascha querido”.
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ULISES, traducción de José María Valverde:
Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la
salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y
encima, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana
le sostenía levemente en alto, detrás de él, la bata amarilla,
desceñida. Elevó en el aire el cuenco y entonó:
-Introibo ad altare
Dei.
Deteniéndose, escudriñó hacia lo hondo de la
oscura escalera de caracol y gritó con aspereza:
-Sube acá, Kinch. Sube, cobarde jesuita.
Avanzó con solemnidad y subió a la redonda
plataforma de tiro. Gravemente, se fue dando vuelta y bendiciendo
tres veces la torre, los campos de alrededor y las montañas que se
despertaban.
ULISES, traducción de José Salas Subirats:
Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en
lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre
la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de
la mañana hacía flotar con gracia la bata amarilla desprendida.
Levantó el tazón y entonó:
-Introibo ad altare
Dei.
Se detuvo, miró de soslayo la oscura escalera de
caracol y llamó groseramente:
-Acércate, Kinch. Acércate, jesuita miedoso.
Se adelantó con solemnidad y subió a la
plataforma de tiro. Dio media vuelta y bendijo tres veces,
gravemente, la torre, el campo circundante y las montañas que
despertaban.
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